Saludos, como todas las mañanas, en la parada del camión más cercana a mi casa, me encuentro con un vecino de 20 años que va rumbo a la universidad, él se encuentra estudiando en el Instituto Superior de Intérpretes y Traductores.
Bueno, normalmente vamos platicando de películas, libros o algún tema que se encuentre de moda, el día del hoy toco la literatura y el cine, llegando al metro saco de su mochila la revista de Arqueología Mexicana referente al bimestre mayo – junio, me indico un articulo al final de la revista titulado “LA SANGRE Y EL ORO”, este cuento histórico es el primer lugar de un concurso a nivel nacional que publica esta revista.
Leí el cuento y oh! sorpresa, escrito por esta persona de tan solo 20 años de edad y que realmente me hizo entrar y vivir la historia, que por ser un concurso tuvo que ser corta, se las pongo en el mail para aquellos que les interese la historia en tiempos de la conquista y la literatura lo puedan leer, es realmente fascinante.
Cuando termine de leer el cuento, yo mismo le sugerí que debería de comenzar a escribir historias en donde existan batallas o aventuras ya que tiene una muy buena forma de narrar e involucrar al lector con la historia.
Sin mas por el momento les dejo la lectura y espero les guste, no creo que les tome mas de 10 minutos leerla.
QUINTO Concurso de cuento histórico
La sangre y el oro
Ricardo Augusto Iriarte Valdés
Seudónimo: Escarramán el Archimandrita
Categoría: Universitaria
Instituto Superior de Intérpretes y Traductores
Voto a Dios que el olor de la sangre tiene un cierto encanto. Y que me lo digan a mí, que me he pasado la vida aspirando sus efluvios dulzones desde que tengo memoria. ¿Cuándo fue la primera vez…? Granada, sí, con Sus Muy Católicas Majestades. ¿Cuánto hace ya de eso…? ¡29 años! ¡Válgame el cielo! Me siento ya demasiado viejo y cansado. ¿Pero quién me mandó meterme en esto, quién me mandó enlistarme una y otra y otra vez en estas expediciones, cada una aparentemente sin retorno? Nadie más que yo mismo. Siempre huyendo del hambre –bueno, una que otra vez de los alguaciles y corchetes, allá en Salamanca…– y en pos de la gloria; escapando por algún tiempo de la primera y nunca alcanzando a la maldita segunda, hasta ahora. Si después de esto los nombres de cada uno de nosotros, los vivos y los muertos, no son inscritos en letras doradas en los libros de historia, ¿entonces de qué valió todo lo que hicimos? ¡Diablos, acabamos de conquistar un imperio, el mayor que nunca se haya visto! ¡Acabamos de añadir una nueva posesión a los dominios de don Carlos, la joya de su corona! Si el Capitán General se llega a quedar con todo el crédito –algunos compañeros lo han visto muy sospechoso parlando en privado con el cronista ese, Bernal Díaz– es que no queda ninguna traza de justicia en este perro mundo. Como probablemente ése será el caso, dediquémonos a buscarnos la vida como podamos. Estos malditos indios tienen por ahí más oro, lo sé y lo sabemos. Bien por Alderete: una vez que su emperador suelte la lengua seguro que nos veremos bañados de pepitas doradas. ¿Pero y si resulta que en verdad no hay más, aparte de las miserables baratijas que los buceadores sacaron? Me cago en la hostia: la aventura ni siquiera se habrá costeado a sí misma. De ésta no se salvaría el Capitán sin el oro: sólo el metal amarillo en cantidades ingentes podrá aplacar la furia de Velázquez y sus acusaciones de sedición. ¡Maldita sea, esta agua no se puede beber! Mucho nos ayudó el romper el dique, pero ahora, ¿qué diablos bebemos nosotros? Tengo pereza de ir hasta el manantial. ¿Nadie tendrá algún sobrante en su bota…?
–¡Eh, ayudad a Nuño! ¡A mí! ¡Que lo matan!
¡Me cisco en todos sus muertos! Qué cerca la vi. Qué vergüenza, dejarme emboscar como un petimetre bisoño. Veo el rostro barbudo del capitán Alonso de Guzmán inclinarse sobre mí en cuanto ceso de toser y escupir agua por todos los orificios.
–¿Está voacé bien, señor López?
–Ahora lo estoy. Gracias, señores. Si no es por vosotros, no la cuento…
–¿Cómo es que no lo vio acercarse, señor López? ¿Será que la edad empieza a hacerle fallar la vista o los demás sentidos…?
Tengo que contenerme para no arrearle una puñada al capitán –un hideputa redomado pero con muchos cojones, que disfruta provocando a sus subordinados lo justo para no ser deshonra, pero lo suficiente como para despertar buenos y duraderos rencores–, lo cual me valdría una veintena de latigazos o que me atravesara con su espada de inmediato y santas pascuas. Es un superior, pero como siga jodiéndome, le voy a…
–Ha de haber estado al acecho, señor. Nada se movía en el agua hasta que saltó fuera para cogerme. Ya sabe vuestra merced cómo se las gastan estos indios del demonio.
Interviene otro soldado, al que conozco de vista, un tal Peribáñez, un tipo un poco pelota pero siempre voluntarioso con los camaradas:
–No sería la primera vez que pasara, mi capitán. Apenas ayer me comentaron que a don Pedro de Alvarado estuvieron a punto de jugársela lo mismo, cuando se inclinó a enjuagarse la cara y un indio que respiraba a través de una caña casi le rebana la gorja. Esto le pudo haber pasado a cualquiera, y le pasó a López…
El capitán Guzmán mueve la cabeza, burlón y reprobador, y con eso cada mochuelo regresa a su olivo. Peribáñez me ofrece un trapo sucio para secarme la faz y también se desentiende, dejándome hirviendo de coraje por el ridículo que pasé. Intentando calmarme, doy unas cuantas mojadas más de toledana al indio muerto con medio cuerpo dentro del agua fangosa. Ésta difumina sus rasgos, pero no lo suficiente como para ocultar la expresión de tremenda fiereza que tenía cuando lo aviaron, al hideputa. Juro –aunque nadie nunca lo sabrá– que casi me cago patas abajo del miedo. Con estos cabrones no se puede bajar la guardia un instante. Peores que los moros, por mucho; esos te degollaban lo mismo, pero al menos siempre atacaban de frente y aullando, dándote tiempo para soltarles una andanada o afirmarte en buena esgrima. Dudo un instante: ¿dejo a este fiambre aquí y que los buitres –que aquí les llaman zopílotl o algo así– o las cuadrillas de enterradores se encarguen de él, quien llegue primero; o lo echo sin más ceremonia a la laguna? Hago lo último: más putrefactas estas aguas no pueden volverse.
–¿Te enteraste, López? El tal Guatemuz resistió como un bravo el chicharrón en sus pies. El Tesorero Real está que se sube por las paredes…
–¿Has oído, Nuño, que Guatemozin no aguantó ni dos minutos, y que ya reveló exactamente dónde tiraron el oro al lago…?
–Sé de buena tinta, López, que el emperador de los indios acaba de morir debido al tormento. Mi primo, Sancho el de Jerez, que presenció todo, me lo acaba de decir. Ojo: ni una palabra a nadie, porque el Capitán no quiere que se sepa y empiecen los comadreos y murmuraciones…
Como si en una tropa se pudieran mantener secretos. Pronto es la comidilla de todo el mundo, e incluso los tlaxcaltecas se reúnen en corros y parlotean emocionados en sus bárbaros dialectos. Qué carniceros resultaron ser los aliados: más tuvimos que emplearnos en frenar sus ímpetus que en despachar aztecas. Desgraciadamente un cadáver no huele tan bien como la sangre, y para tener ésta hay que conseguir primero aquél, y los de Tlaxcala los dejaron a montones: apenas ayer acabamos con los últimos defensores organizados en el mercado gigantesco ese, Tlatelulco, y toda la ciudad huele a sangre, pero aún más a muerto. Por fortuna me enteré que lo primero que el Capitán encargó que limpiaran fue la plaza mayor, donde tenían los indios sus templos mayores y los palacios donde estuvimos alojados al principio; sé que Guatemuz está prisionero ahí, así que iré a darme un garbeo para dejar de respirar estas miasmas y confirmar de propia mano los rumores. Tengo un amigo destacado ahí, Fiacro Franco, y quizá él sepa algo más…
–Estás de suerte, Nuño: nos toca cambio de guardia dentro de media hora y estoy asignado a la vigilancia del emperador. Podrás venir conmigo y verlo por ti mismo.
Es excelente tener conocidos en todas las unidades del ejército; incluso entre los paniaguados que vinieron con Narváez ya hice una decena de amistades más o menos firmes. Siempre se consiguen buenos favores de parte de los compadres, como ahora mismo. Franco y yo y otros más reemplazamos a los centinelas de un enorme palacio semiderruido, me aposto convenientemente cerca de la puerta de la cámara habilitada como celda y doy un vistazo. Guatemuz y otros dos nobles aztecas de nombres impronunciables están encadenados al muro y echados sobre montones de paja, al parecer perdidos en sus pensamientos. Observo que los pies de los tres están espantosamente quemados, negros como la pez, cerca de la podredumbre. ¿Podrán caminar de nuevo algún día? A pesar de su actitud de callado sufrimiento, el emperador parece muy capaz de haber resistido hasta el final, con su rostro pétreo y estoico, de resignación y paciencia infinitas. En ese momento uno de los nobles levanta la vista, descubriéndome, y llama en su lengua la atención de Guatemuz, quien me mira a su vez. El odio expresado por sus acompañantes no me da ni frío ni calor; ¿cuántas veces no me han dirigido miradas peores en el campo de batalla o durante una reyerta de taberna? Pero aquella del rey azteca me da escalofríos. Percibo, en el fondo de sus ojos duros como esa piedra cristalina que utilizan para fabricar sus flechas y hachas, un rencor helado, de esos que nunca estallan de repente, sino que son tan planeados y meditados que se vuelven muchísimo más crueles y refinados cuando se ponen en práctica. Hombres como Guatemuz nunca brincarían a la garganta de un hombre ciegos de furia, sino que se tomarían su tiempo, lo desollarían vivo, tranquilos y pausados, con todo el odio acumulado desfogándose lentamente. La mirada del destronado emperador es un juramento de que, si nos tuviera en sus manos, haría que sus papas y sacerdotes nos descuartizaran uno por uno y devoraran nuestros miembros frente a nuestros propios ojos. Tales miradas son insostenibles por más de dos segundos; nadie podría, ni siquiera el jayán más crudo de la banda de desalmados que somos. Y como yo no soy ése, me alejo, descompuesto, de la puerta de la celda, y aún salgo del palacio bajo la mirada de extrañeza de mi compadre Franco, intentando sacudirme el miedo helado que los ojos de Guatemuz dejaron en mi alma. ¿Qué diablos me sucede, voto al Chápiro Verde? Yo que he matado, violado, saqueado y cometido tropelías sin cuento, ¿ahora dejo que la mirada de un cautivo como cualquier otro me afecte de tal manera? Camino, alejándome de la plaza, entre los montones de escombros que hasta hace unos meses eran la gran capital de los aztecas. Maldito sea ese indio matarife. Voy a regresar y le voy a cruzar la cara de un tajo de vizcaína, a ver si continúa tan jarifo, sí, eso voy a hacer. Pero no, no puedo: el Capitán General dio órdenes estrictas de no maltratarlo después del tormento, y me pondrían música de grillos también, quizá junto al mismo Guatemuz, si llegara a atreverme. ¡La madre que lo parió!, tan tranquilo que estaba hasta hace un rato, cagüenmismuelas. Quizá un poco de galima me tranquilice, por lo que empiezo a rebuscar entre las ruinas, esperando encontrar algo que a todos los demás se les haya pasado por alto. Estoy a punto de renunciar al no haber encontrado nada al cabo de media hora, cuando al apartar una piedra con el pie descubro un pequeño destello. ¡Oro! Una pulsera, sucia y mellada, pero oro al fin y al cabo, que siempre puede fundirse y convertirse en monedas. Intento sacarla de debajo de las piedras, y con ella extraigo el bracito que la porta, delgado y exangüe, y luego un hombro y la cabeza y el cuerpo de una niña india, al parecer muerta. La tiendo en el suelo e intento quitarle el brazalete de la muñeca, pero no sale; le queda muy ajustado. Al diablo: desenvaino la toledana y cerceno la mano de un golpe, liberando mi botín. Pero la niña no estaba muerta, sólo desvanecida; el dolor la despierta y lanza un solo alarido, breve y seco, agarrándose el muñón con la mano sana antes de que yo pueda siquiera sacar la pulsera. Retrocede arrastrándose contra las piedras, mirándome con unos ojos clavados a los de Guatemuz. Por el siglo de mi abuelo, ¿qué todos los habitantes de esta tierra maldita pueden mirarte igual? Trastabillo, presa de nuevo del terror. Son todos unos diablos y este país es un infierno. ¿Qué hacemos aquí?, Dios mío, ¿para qué venimos, por qué nos dejamos engatusar, embarcar cual borregos al matadero, por qué, por qué? Ave Maria, gratia plena, Dominus tecum, no, esto no es nada, maldición, son sólo hombres y mujeres normales, sí, benedicta tu in mulieribus, tan mortales como nosotros, ahora mismo lo compruebo, et benedictus fructus ventris tui Iesus, toma estocada, engendro del mal, ¡muere!, Sancta Maria mater Dei, ora pro nobis, el oro es nuestro, es mío, que fluya tu sangre, putita, y también la tuya, Guatemuz, peccatoribus nunc et in hora mortis nostra, ¡nosotros los vencimos, juro a Satán!, amen.
Saludos
martes, 20 de mayo de 2008
martes, 13 de mayo de 2008
Cine, cine y mas cine gratis!!!
Estoy mas que feliz con el nuevo concepto de cinepolis, adquiri la membresia vip el pasado mes de marzo y no me he cansado de ir al cine gratis (250 pesos mexicanos al mes), considerando que ahora voy en promedio hasta 10 veces en un mes, me ahorro mas de 500 pesos.
Es increible que un fin de semana de osciocidad y con la cartera vacia puede cambiar gracias a esta maravillosa idea.
El pasado fin de semana me pude dar el lujo de entrar a ver la pelicula "Made of Honor" (Me quiero robar a la novia), una excelente comedia que les recomiendo muchisimo, yo soy de las personas que no le da pena reirse, gritar o hasta llorar en el cine, tomense la libertad de ser asi y saldran con lagrimas pero de risa de la sala de cine.
En el orden de entrada fui a ver 88 minutos con Al Pacino, actoraso, la pelicula me dejo deseando un poco mas de suspenso ya que fue como ver otro episodio de la serie "CSI" o "Ley y Orden" o cualquiera de ese genero, pero auun asi vale la pena por ver la actuación de un seeñor actor.
Y por ultimo cometi la burrada de dejar esta pelicula como la ultima del fin de semana, "Speed Racer" mejor conocida por la caricatura setentera Meteoro, lleven a los niños y disfrutenla como niños, no se pierdan ni un minuto en ir al baño ya qie si les quedan ganas de entrar de nuevo a verla por que se perdieron una parte de la pelicula, lo unico que estran haciendo es perder dos veces su precioso tiempo, en conclusión: no es mala pero no tengo ganas de verla de nuevo.
Asi que si son de las personas que luego no tiene mucho que hacer en fines de semana o por las tardes, les recomiendo mucho que prueben la membresia del cine mas cercano a sus casas..
Buen día y disfruten del cine.
Es increible que un fin de semana de osciocidad y con la cartera vacia puede cambiar gracias a esta maravillosa idea.
El pasado fin de semana me pude dar el lujo de entrar a ver la pelicula "Made of Honor" (Me quiero robar a la novia), una excelente comedia que les recomiendo muchisimo, yo soy de las personas que no le da pena reirse, gritar o hasta llorar en el cine, tomense la libertad de ser asi y saldran con lagrimas pero de risa de la sala de cine.
En el orden de entrada fui a ver 88 minutos con Al Pacino, actoraso, la pelicula me dejo deseando un poco mas de suspenso ya que fue como ver otro episodio de la serie "CSI" o "Ley y Orden" o cualquiera de ese genero, pero auun asi vale la pena por ver la actuación de un seeñor actor.
Y por ultimo cometi la burrada de dejar esta pelicula como la ultima del fin de semana, "Speed Racer" mejor conocida por la caricatura setentera Meteoro, lleven a los niños y disfrutenla como niños, no se pierdan ni un minuto en ir al baño ya qie si les quedan ganas de entrar de nuevo a verla por que se perdieron una parte de la pelicula, lo unico que estran haciendo es perder dos veces su precioso tiempo, en conclusión: no es mala pero no tengo ganas de verla de nuevo.
Asi que si son de las personas que luego no tiene mucho que hacer en fines de semana o por las tardes, les recomiendo mucho que prueben la membresia del cine mas cercano a sus casas..
Buen día y disfruten del cine.
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